Pienso en la distancia kilométrica que nos separa,
en lo difícil que es conversar o encontrarnos,
en escribirnos una carta, en poner en común la voz.
¡Tengo tantas ganas de escucharte!
Pienso en la distancia kilométrica que nos separa,
en esa ausencia que aumenta, en ese vacío que dispara sin medida,
ahí, donde más duele, en esta soledad que se multiplica
cada vez que no sé nada de ti.
¡Tenga tantas ganas de escucharte!
Pienso en la distancia kilométrica que nos separa.
¡¿Por qué no me lo dijiste?!
¿Por qué te callaste y te tragaste tu pena,
tu esperanza de que no me fuera,
tu piel fría, tu corazón herido?
¿No pensaste que yo necesitaba oírlo,
oírte decir que me querías, que era importante para ti?
¿No pensaste que yo necesitaba sentirlo,
estar segura de que el nudo en la garganta no era solo mío?
¡Tenga tantas ganas de escucharte!
Pienso en la distancia kilométrica que nos separa,
en la irremediable desaparición de lo que fue,
en una despedida sin palabras, en un dejar pasar y morir.
Me pregunto si todo ese sufrimiento habrá valido la pena
y sólo me queda una certeza:
El río sigue pasando y siempre llegará al mar.
Leyendo “Nadie mojaba el aire” Antonio Gala
en lo difícil que es conversar o encontrarnos,
en escribirnos una carta, en poner en común la voz.
¡Tengo tantas ganas de escucharte!
Pienso en la distancia kilométrica que nos separa,
en esa ausencia que aumenta, en ese vacío que dispara sin medida,
ahí, donde más duele, en esta soledad que se multiplica
cada vez que no sé nada de ti.
¡Tenga tantas ganas de escucharte!
Pienso en la distancia kilométrica que nos separa.
¡¿Por qué no me lo dijiste?!
¿Por qué te callaste y te tragaste tu pena,
tu esperanza de que no me fuera,
tu piel fría, tu corazón herido?
¿No pensaste que yo necesitaba oírlo,
oírte decir que me querías, que era importante para ti?
¿No pensaste que yo necesitaba sentirlo,
estar segura de que el nudo en la garganta no era solo mío?
¡Tenga tantas ganas de escucharte!
Pienso en la distancia kilométrica que nos separa,
en la irremediable desaparición de lo que fue,
en una despedida sin palabras, en un dejar pasar y morir.
Me pregunto si todo ese sufrimiento habrá valido la pena
y sólo me queda una certeza:
El río sigue pasando y siempre llegará al mar.
Leyendo “Nadie mojaba el aire” Antonio Gala
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