Decidí mirarme al espejo un minuto y medio mientras terminaba de desenredarme el pelo. Ni corto ni largo, simplemente lo suficiente para que se creen nudos en las puntas y se terminen de desarmar esos rulos tan bonitos que se forman con el cabello recién lavado.
Minuto y medio y pienso en el desorden que habita sobre mi cabeza. Minuto y medio y aterrizo la sensibilidad en un dolor agudo por un hilo castaño que ha quedado atascado en el cepillo. Minuto y tic tac. Suena la alarma del teléfono.
“Ocho y treinta”, pienso. He saltado de la cama antes de tiempo porque necesitaba orinar, llevaba horas aguantando pero no me quería levantar. Como ahora, no me quiero ir.
Esta mañana amaneció más temprano. Hacía rato tenía los ojos abiertos, bastante despabilados por esas líneas doradas que atravesaban la persiana de madera y luego las de mis párpados. Estaba esperando la luz, no la de la mañana sino la interior, la respuesta.
No llegó ni siquiera un atisbo de solución, ni una palabra, ni un sentimiento ni una emoción. No vi nada, sólo una oscuridad disimulada por ese brillo impertinente que intentaba engañar la vista.
Decidí mirarme al espejo un minuto y medio mientras hacía algo que ahora no recuerdo. Y ahí, en ese momento lo supe, lo vi claramente. La cuestión es decidir. Decidir y hacerlo. Decidir, hacerlo y asumir. Decidir, hacerlo, asumir y ser feliz. ¿Por qué me estoy peinando?
Minuto y medio y pienso en el desorden que habita sobre mi cabeza. Minuto y medio y aterrizo la sensibilidad en un dolor agudo por un hilo castaño que ha quedado atascado en el cepillo. Minuto y tic tac. Suena la alarma del teléfono.
“Ocho y treinta”, pienso. He saltado de la cama antes de tiempo porque necesitaba orinar, llevaba horas aguantando pero no me quería levantar. Como ahora, no me quiero ir.
Esta mañana amaneció más temprano. Hacía rato tenía los ojos abiertos, bastante despabilados por esas líneas doradas que atravesaban la persiana de madera y luego las de mis párpados. Estaba esperando la luz, no la de la mañana sino la interior, la respuesta.
No llegó ni siquiera un atisbo de solución, ni una palabra, ni un sentimiento ni una emoción. No vi nada, sólo una oscuridad disimulada por ese brillo impertinente que intentaba engañar la vista.
Decidí mirarme al espejo un minuto y medio mientras hacía algo que ahora no recuerdo. Y ahí, en ese momento lo supe, lo vi claramente. La cuestión es decidir. Decidir y hacerlo. Decidir, hacerlo y asumir. Decidir, hacerlo, asumir y ser feliz. ¿Por qué me estoy peinando?
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