Me gusta el calorcito del té,
esa sensación de acogimiento,
de vientre materno,
que es el mío, de donde vengo.
Me gusta coger la taza y calentar mis manos,
mientras, respiro el vapor
y el aroma blanco,
ese que me hace cerrar los ojos
y transportarme al campo.
Me gusta el silencio interior de ese momento,
ese, ese, cuando la lengua degusta
y calla...
Calla, porque siente, vive y sueña.
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